Hoy he visto la lengua de la muerte
relamiendo los ojos de la vida.
Hoy he visto la espalda de la suerte
recitando su cántico homicida.
Todas las guerras son sucias.
Todas las guerras ingratas.
Todas las guerras injustas.
Todas las guerras nefastas.
© F. Pozo Poley
La eclosión de la noticia coincidió con el fallecimiento de los sueños. Un año antes había cruzado océanos de arena y desiertos de salmuera. Arreciditos se abrazaban en una playa cementerio. Buscaban grandes cosas: un trabajo, ropa limpia, comer varias veces al día, tener agua, asistencia médica y un hogar. Enseguida supieron que no sería tan fácil, que sin papeles no había trabajo y al revés. No obstante, de vez en cuando salía algo esporádico, para mal vivir. Con el tiempo, y justo cuando la desesperación arañaba, Josephine comenzó a ganar dinero. Su marido intuyó algo raro. Se lo confesó para que no lo supiese por otros. De nada sirvió decirle que lo había hecho por ellos y por los hijos que ya jamás tendrían. Las manos dejaban su huella con furia. Hasta que el acero quiso acompañar a la fatalidad. Ahora había que deshacerse del cadáver de René.
(c) Manuel García Sánchez